El jarrón Bainbridge hecho de porcelana china alcanzó hace dos años los 86 millones de dólares en una subasta celebrada en Londres, superando 40 veces la estimación de su venta. Más tarde, Sotheby’s Hong Kong subastó 13 piezas por 87,8 millones de dólares, donde el coste de un solo objeto alcanzaba la mitad del precio total de la colección. Aunque el deseo por esta porcelana es indiscutible, viene de antiguo, exactamente de la Roma de Augusto, entre el 27 a. C. y 14 d. C. ¿Por qué?
La porcelana es un material cerámico producido de forma artesanal o industrial y tradicionalmente blanco, compacto, duro, translúcido, impermeable, resonante, de baja elasticidad y altamente resistente al ataque químico y al choque térmico, utilizado para fabricar los diversos componentes de las vajillas, para jarrones, lámparas, esculturas y elementos ornamentales y decorativos. Desarrollado por los chinos en el siglo VII u VIII e históricamente muy apreciado en Occidente, pasó largo tiempo antes de que su modo de elaboración fuera reinventado en Europa.
Su origen está en China, en la época de la dinastía Shui (581-617) y tuvo gran impulso en los años siguientes, del 618 al 906, en la época Tang. La tradición cuenta que fue Marco Polo quien habló por primera vez sobre este tipo de cerámica, pero hasta mediados del siglo XIV no se dieron las primeras importaciones comerciales en Europa.
El nombre de porcelana se debe a una confusión. La palabra porcelana viene del italiano porcella, nombre italiano del cauri, molusco, cuya concha es blanca y muy estimada y que en algunos lugares de Oriente se utilizaba como moneda. Cuando Marco Polo regresó de su viaje y escribió sus memorias, comentó sobre la belleza de la cerámica china y al mismo tiempo contó que sacaban muchas de estas conchas o porcelanas del mar. Como hasta el momento la fórmula seguía siendo un misterio, pensaron que tal vez esa cerámica estaba hecha con la concha nacarada del molusco llamado porcelana.
La excepcionalidad de la porcelana residía en la técnica de elaboración. Cubría todas las necesidades de la vida diaria: impermeable, ligera a la vez que dura, resistente a la cal y a los ácidos, y capaz de contener alimentos y conservar medicamentos.
Resultaba cómoda y perfecta para el hogar. El único impedimento era el coste de importación. A partir del siglo XV, China hacía llegar a Occidente piezas por encargo a través de la ruta de la seda y limitaba la producción a su país. De hecho, ningún occidental podía navegar por el país asiático y los objetos salían de un único puerto tras pasar por las manos de decenas de hombres. El objetivo era garantizar que nadie conociese y revelase el secreto de su elaboración.
Desde su descubrimiento hubo muchos intentos por averiguar la fórmula de su fabricación. En los años siguientes se intentó imitarla con una falsa porcelana utilizando el vidrio lácteo. En tiempos de los Médici, en el Renacimiento se consiguió una pasta artificial llamada frita, un compuesto elaborado con caolín y silicatos de cuarzo vidrioso, con un acabado que consistía en una cobertura de esmalte con mezcla de estaño, como en la cerámica mayólica. Es lo que se conoce como porcelana de pasta blanda o tierna que es blanca, compacta, ligera y traslúcida. En Inglaterra se llegó a alcanzar una gran calidad en este tipo de porcelana, esencialmente fina y ligera.
Habría que esperar hasta el siglo XVII a que el alquimista Friedrich Böttger obtuviese un compuesto similar y difundiese el proceso de elaboración de la porcelana entre la nobleza europea.
La búsqueda del compuesto le costó a Böttger doce años de cautiverio en manos de Augusto II el Fuerte, de quien decían que padecía Pozzellankankheit, es decir, “la enfermedad de la porcelana”. El noble mantuvo preso y bajo altas medidas de seguridad (ventanas tapiadas, reducción de personal…) a Böttger para proteger la receta en caso de que diese con ella, y gastó sumas ingentes de dinero para encontrar el proceso exacto de elaboración. El alquimista quedó medio ciego, alcohólico y con depresión a causa del encarcelamiento.
Con la dinastía Ming la porcelana conoció uno de sus períodos más representativos, tanto en la historia del arte chino como en el mundo europeo, pasando su nombre a ser sinónimo no sólo de este período dinástico sino de su país. Como material había prácticamente alcanzado su desarrollo; sin embargo, todavía quedaba mucho que decir acerca de su calidad como soporte decorativo.
Tras el colapso económico que supuso la caída de la dinastía Yuan, que afectó muy directamente a la producción de la porcelana (destrucción de hornos, paralización del comercio), el primer emperador Ming se marcó como una de las prioridades de su reinado la reorganización de la industria alfarera.
Esto suponía no sólo la reactivación de una de las fuentes de ingresos más importantes del Imperio, sino un símbolo del nuevo poder. La recuperación de esta tradición plenamente china, interrumpida por el reinado de los emperadores mogoles, estaba ligada al mundo del arte, y si en el terreno de las artes plásticas se inclinó por el academicismo, eligió el material más noble y delicado para iniciar un período marcado por las innovaciones decorativas, la vitalidad de las formas y una continuada renovación.
Estos principios básicos permanecieron durante el reinado de todos los emperadores de la dinastía Ming, ligando sus nombres a la eternidad. Así al referirnos a una porcelana de este período observaremos que no sólo se define por su forma o por su decoración, sino y especialmente por el reinado en el que fue hecha: Zhengde, Chenghua, Hongzhi, Xuande, Jiajing, Wanli…
La reindustrialización pasó por la reconstrucción de la ciudad alfarera de Jingdezhen, situada en la provincia de Jiangxi. A la par se designaron oficiales de la corte, en su gran mayoría eunucos, que diseñaron las estrategias de producción y distribución de las mercancías. A pesar de ello, el control de la corte Ming no fue tan fuerte y directo como en la dinastía Qing (1644-1911), pero en cierto sentido perdió la libertad que proporcionaron los emperadores mogoles a los alfareros.
La especialización en el trabajo se impuso, existiendo operarios destinados exclusivamente a las pastas, los colores, la cocción, decoración, marcas…, llegando a constituir una verdadera ciudad-alfarera en Jingdezhen.
Sus hornos no sólo fabricaron porcelana para la corte, sino que también lo hicieron para el mercado interior que cada día demandaba mayor número y variedad de piezas, debido a la ascensión de la burguesía mercantil y urbana. Al uso cotidiano (vajillas, juegos de té…), se añadieron valores decorativos como regalo para reconocer honores, premiar a los candidatos a los exámenes de la corte, así como para ofrendas de carácter religioso.
Junto a la gran demanda interior, pronto se reavivó el comercio con el exterior. En los primeros tiempos de la dinastía, los países que demandaban porcelanas continuaron siendo sus vecinos del sudeste asiático (Thailandia, Vietnam…) y las cortes islámicas (Estambul, Teherán), pero tras los primeros contactos iniciados con los portugueses a mediados del siglo XVI los mercados se ampliaron hasta las cortes europeas. La seda dejó de ser la mercancía procedente de Asia y fue sustituida con pleno derecho por la porcelana, utilizándose los mismos caminos de distribución, esto es la Ruta de la Seda, que a partir del siglo XIII ya se había convertido en la Ruta de la Porcelana.
Esta gran diversidad de clientes y la fuerte demanda de porcelana que todos ellos realizaban, obligó a ampliar considerablemente la producción, así como a crear una gran variedad que tanto se surtía de motivos o formas foráneas, como se erigía en inspiración para distintas producciones cerámicas: las turcas de Iznik, las persas de Meshed y Kirman o las japonesas. Todos estos factores, junto al propio renacimiento artístico de la dinastía, ayudaron a crear una porcelana cuyas características fundamentales fueron su gran vitalidad, su continua renovación y la variedad de formas y motivos decorativos.
La vitalidad se observa en la absoluta integración entre forma y decoración. Si con la dinastía Song (960-1125) se alcanzó el máximo esplendor en cuanto a contención estética y valoración de la forma, a partir de la introducción de la técnica del cobalto azul aplicado bajo cubierta durante la dinastía Yuan, la porcelana china adquiere un valor añadido, al aplicársele una decoración viva y colorista que complementa y dignifica las formas. Como todos los procesos creativos, a su desarrollo inicial y consolidación siguió una fase de decadencia y manierismo.